Foto cortesía del Gobierno de Israel vía X
ANÁLISIS
Nuestros corazones están llenos de alegría. “Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y regocijémonos en él”. Hoy, nos aferramos a la esperanza mientras damos los primeros pasos para traer a nuestros seres queridos a casa.
Durante casi quinientos días, una sombra se ha cernido sobre nuestra nación. Israelíes –infantes, ancianos, familias enteras– fueron arrancados de sus hogares, arrancados de sus vidas y arrojados al abismo. Fueron secuestrados por Hamás, encarcelados en los túneles infernales de Gaza y sometidos a una crueldad indescriptible. ¿Su único crimen? Ser israelíes. Ser judíos.
Esta semana, leemos los primeros capítulos del libro del Éxodo y escuchamos el grito eterno de nuestros antepasados en Egipto: “He visto la aflicción de mi pueblo… conozco su dolor”. Esas palabras resuenan en nuestros corazones mientras presenciamos el sufrimiento de los rehenes, que soportan horrores que desafían la comprensión.
Hamás no es sólo un enemigo. Es la encarnación de la oscuridad. La semana pasada, apareció un escalofriante video de Liri Albag, una joven de 18 años que se encuentra secuestrada desde el 7 de octubre de 2023. Su rostro estaba demacrado y su miedo era palpable. Alrededor de su cuello llevaba un collar de perro. Una joven deshumanizada y degradada, tratada como menos que un animal. Esto es Hamás: una fuerza carente de humanidad, un culto a la muerte que se deleita en la crueldad.
Y ahora, un acuerdo de rehenes. ¿Es justo? No. Es terriblemente desigual: un puñado de nuestros seres queridos a cambio de miles de sus asesinos, muchos de ellos con sangre inocente en sus manos, muchos de los cuales volverán a sus hábitos asesinos.
¿Por qué entonces haríamos un trato así? ¿Por qué negociar con salvajes que se burlan de la santidad de la vida?
Porque esto es lo que somos. Esto es lo que significa ser Israel.
Se trata de algo más que una batalla por territorio o seguridad. Es una guerra de valores. De un lado está Israel, una nación que santifica la vida por encima de todo. Del otro lado están aquellos que glorifican la muerte, se esconden detrás de escudos humanos y almacenan armas en hospitales y mezquitas. Esta es la eterna batalla entre la luz y la oscuridad, entre quienes aprecian la vida y quienes se deleitan con su destrucción.
Para Israel, toda vida es sagrada. Hemos tomado la dolorosa, ilógica y profundamente moral decisión de hacer lo que sea necesario para traer a nuestro pueblo a casa. No podemos descansar sabiendo que nuestros bebés, nuestros abuelos y nuestros seres queridos languidecen en las frías y despiadadas profundidades de Gaza, soportando un tormento indescriptible.
No se trata de una decisión que nace de la debilidad, sino de una declaración de fortaleza, un profundo reflejo de los valores perdurables de nuestro pueblo, moldeados por la Torá y grabados en nuestra alma nacional. Es una declaración al mundo de que nos sacrificaremos, soportaremos y perseveraremos para honrar la santidad de la vida.
Estados Unidos ha permanecido firmemente a nuestro lado. La nueva administración ha dejado en claro que Hamás enfrentará severas consecuencias si no libera a los rehenes. Su declaración —"se desatará un infierno"— refuerza una verdad compartida: los valores de Israel son los valores de Estados Unidos. Ambas naciones aprecian la libertad, la democracia y la dignidad inalienable de la vida. Pero la libertad no es gratuita. Requiere vigilancia, sacrificio y un compromiso inquebrantable con la justicia.
Hamás ha sido explícito en cuanto a sus objetivos. "Primero, la gente del sábado", proclaman, los judíos. "Luego, la gente del domingo", los cristianos. Primero, Israel, el "Pequeño Satán". Luego, Estados Unidos, el "Gran Satán". Esta es una lucha compartida, una lucha por el alma de la humanidad.
Este acuerdo de rehenes no es justo ni equitativo. Es doloroso y parece incorrecto. Sin embargo, también es una rotunda declaración al mundo: elegimos la vida. Elegimos la esperanza. Elegimos defender los valores que hacen que valga la pena vivir.
Si Hamás cumple con este acuerdo, algunos de nuestros seres queridos regresarán a casa. Muchos, trágicamente, no lo harán. Pero creemos que nuestras oraciones, ofrecidas con lágrimas, esperanza y temblor durante todos estos meses, han sido escuchadas. Damos gracias a Dios por su misericordia y compasión, y oramos por la curación de los rehenes, por su fuerza para recuperar la vida y por la determinación de nuestro pueblo de seguir santificando la vida incluso en medio de las pruebas más oscuras.
Al abrir el libro del Éxodo y recordar la liberación de nuestros antepasados de la esclavitud, recordamos que la historia de Israel siempre ha sido la de la esperanza que triunfa sobre la desesperación, la de la vida que prevalece sobre la muerte. Sigamos firmes en nuestra misión: llevar luz a la oscuridad, santificar la vida que Dios nos ha regalado y defender los valores que nos definen como pueblo.