“Cuando se trata de cambiar los panales, las ninas lo hacen mejor…”
Mi amigo Pedro cuenta la siguiente conversación que tuvo con un grupo de padres pobres en Nueva Delhi:
“Como tenemos escasos recursos, ¿nos permitirían inscribir sus hijas en la escuela en lugar de sus hijos?” Luego de pensarlo un poco, los padres dieron su consentimiento. Explorando más a fondo, les pregunté (mi traductor no quería hacerles la pregunta):
”¿Y si mientras su hija está en la escuela, un bebé en la casa necesita que le cambien los pañales, consentirían Uds. en que sus hijos varones los cambien?” Alguien me respondió la verdad: “Es que a los niños les gusta jugar, mientras que las niñas son mejores para cambiar los pañales.”
A la verdad, la respuesta hubiera sido la misma de Peshawar a Patagonia, de Pyongyang a Port au Prince. A través de todo el mundo subdesarrollado la condición de las mujeres, jóvenes y mayores, es mucho peor que la de los varones de la misma edad, gracias a una preferencia casi universal por los varones. Esta situación está bien documentada en la historia, y son pocas las culturas que escapan tal patrón.
Recuerdo una conversación casual que tuve con una vendedora en San Salvador, en la que ella me contaba tristemente, delante de su hijita de unos 4 años, la desgracia de haber tenido una niña en lugar de un varón. Cuando le pregunté por qué era una desgracia, me contestó con un gesto y en un tono que no daba lugar a dudas que el tener un varón era mucho más preferible, dadas todas las ventajas que implicaba.
Históricamente, el cristianismo, particularmente en su versión reformada, ha tendido consistentemente a mejorar, si bien no curar, el desbalance cultural a favor de los varones. En los Estados Unidos las mujeres obtuvieron el voto sólo en 1920 y en Suiza en 1950. El movimiento feminista ha logrado mejorar las cosas, a expensas de la estructura familiar. Hoy en día en los Estados Unidos el nivel de educación de las mujeres ha rebasado el de los varones, y su número es muy superior al de éstos en las universidades.
Pero, en los países en vías de desarrollo, las mujeres están muy rezagadas en la educación en comparación con los varones. Las dejan en casa para ayudar con las tareas y el cuidado de sus hermanitos menores. La educación, sobre todo más allá del tercer o cuarto grado, es vista como un lujo innecesario que las economías de subsistencia no pueden darse. El plan de vida anticipado para las mujeres en la inmensa mayoría de los países y las comunidades pobres no requiere tener mucha educación: se casarán, criarán hijos, mantendrán la casa y servirán a sus maridos.
En nuestra cultura tradicional hispana las niñas son criadas para trabajar, mientas que los varones juegan. Hay una gran desigualdad en la manera en que los criamos, lo cual siembra patrones que darán fruto para toda su vida. El Evangelio está lentamente levantando a los hombres y a las mujeres de la esclavitud a la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pero en cuanto a la preferencia cultural a favor de los hombres, el Evangelio apenas ha comenzado a surtir efecto en el mundo de habla hispana.
Las niñas no “son mejores que los varones para cambiar los pañales”. Ya es hora que reconozcamos nuestro patrón pecaminoso de pereza y privilegio masculino, y que tomemos nuestro lugar de hombres, como Jesús, convirtiéndonos en siervos de todos.
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