nosotrosloshispanos 09/29/09
Una Cultura Abandona su Pacto Mientras Otra lo Busca
(Click for English) En estos días la prensa norteamericana está llena de detalles nauseabundos de la revelación pública de un sórdido secreto de una familia de “estrellas” de Rock. Una hija confiesa en una biografía sin barreras, y sin rubor ni arrepentimiento, su relación incestuosa de muchos años, “entre adultos en edad de consentir”, con su padre, en una atmósfera de fama, dinero, drogas y degradación moral.
Es signo de decadencia social el que los medios mancillen sin compulsión la conciencia y el pudor ajenos para satisfacer su apetito de lucro, aprovechándose del hambre de lascivia que han ido desarrollando en el público vulnerable. Ya vimos el uso político de ese subterfugio que apela al interés lujurioso publicando supuestas “noticias” con detalles escabrosos, cuando los líderes republicanos del Congreso, publicaron en el Internet la investigación completa del affair presidencial de Clinton en la Casa Blanca. Mientras pretendían ser guardianes de la moralidad cívica, mancillaron la conciencia del las generaciones inocentes colocando en el Ethernet una piedra de tropiezo, todo para sacar provecho político inmediato.
No en vano está juzgando Dios a nuestra sociedad norteamericana, mostrándonos cada día más irrefutablemente la maldad que se esconde en nuestros corazones. Señor: ¡llévanos pronto al fin de este escarmiento, para que antes que derrames la copa de tu ira, nos inundes con su misericordia y nos permitas a tus hijos y a los que hemos de ser tuyos, aullar de arrepentimiento!
Estas reflexiones me impactaron especialmente esta semana porque oí la dramática historia de dos niñas centroamericanas, lo que me llevó a contrastar la trayectoria entre nuestras dos culturas. Una, forjada en la teología protestante del Pacto, que está abandonando sus fundamentos y cayendo en la decadencia. La otra, la cultura de mis ancestros, edificada “a ojo” sobre una teología que apenas conoce el Pacto, se encamina cada día hacia su transformación en una cultura de Pacto, gracias a la Misericordia Divina que está enseñándonos a leer la Palabra de Dios, texto del Pacto.
Oí los detalles sobre dos niñas, apenas adolescentes de 13 años de edad que están, para su propia protección, alojadas en un hogar para madres adolescentes que sostiene el gobierno de un país centroamericano. El papá de una criatura es el padre de una de las niñas y el de la otra es un tío.
Desgraciadamente, historias como estas se dan por toda América en millares de niñas y adolescentes usadas por sus padres, sus parientes cercanos, sus vecinos o quienquiera haya deseado hacer uso de ellas. Frecuentemente estos abusos aberrantes se excusan por el alcohol, la ignorancia y el hacinamiento de familias enteras en espacios inadecuados. Y, desgraciadamente, la mayoría de los casos permanecen envueltos en “secretos de familia”, a veces por toda una vida, ocultos tras una serie de “velos” de amenazas, culpabilidad, negligencia, vergüenza, acusaciones y engaño. Se conocen imperfectamente por historias susurradas entre niños, chismes entre comadres, crímenes pasionales o confesiones apresuradas ante la inminencia de una muerte.
Es que en una cultura sin Pacto, la mujer es poco más que una presa codiciada. La cultura machista la vé como un objeto de placer sexual para el varón, despersonalizada y deshumanizada. Por eso algunas culturas musulmanas cubren sus caras con velos o de pies a cabeza con “burkas”, ya que si muestran en lo más mínimo su cuerpo, las culpan de provocar de la incontinencia masculina y hasta las matan “para mantener el honor de la familia”.
Desprotegida del varón, que debiera ser su cobertura, en la cultura sin Pacto la mujer es asaltada, violada y abusada por cualquiera que tenga la oportunidad. Y las niñas, más débiles, inexpertas, dependientes de sus mayores y por tanto expuestas a su negligencia y abuso, son las que más sufren estos ataques de la lujuria masculina, principalmente a manos de aquellos que por virtud de su parentesco o proximidad, tienen mayor oportunidad de acosarlas a solas. Luego, sus madres no se lo creen, lo encubren o las culpan.
Hasta la iglesia puede hacerse cómplice de estas aberraciones. Conozco el caso de alguien que confesó a su sacerdote el acoso sexual de su cuñado, y éste la amonestó a soportarlo en silencio “para no destruir el matrimonio de su hermana.”
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